domingo, 4 de noviembre de 2012

El dueño del caballo blanco



            Tenemos la tendencia a juzgar los hechos, especialmente los que involucran a otros.  Como afirma un dicho popular: “La justicia, cosa muy buena; pero no en mi casa, en la ajena”.

Maat, diosa egipcia
de la justicia y la verdad
Placa de oro, 1000 a.C.
            Por otro lado, cuando indagamos a la tradición, nos encontramos con una posición unánime frente a este aspecto de la vida humana, en esta ocasión puesta en boca de Jesús de Nazaret: “No juzguen, para no ser juzgados”. Como explicación de este consejo, agrega: “Porque con el criterio con que ustedes juzguen se los juzgará, y la medida con que midan se usará para ustedes.” (Evangelio según San Mateo, capítulo 7, versículos 1 y 2).

            El siguiente cuento, “El juicio”, es utilizado por distintas culturas para orientar a las personas en las situaciones de juicio.  Lo encontramos en la tradición tanto de China como de Europa o América.  Es citado en muchas antologías con muy pequeñas variantes.


En una aldea había un anciano muy pobre, pero hasta los reyes lo envidiaban porque poseía un hermoso caballo blanco.

Los reyes le ofrecieron cantidades fabulosas por el caballo, pero el hombre decía: "Para mí, él no es un caballo, es una persona. ¿Y cómo se puede vender a una persona, a un amigo?" Era un hombre pobre pero nunca vendió su caballo.

Una mañana descubrió que el caballo ya no estaba en el establo. Todo el pueblo se reunió diciendo:

-Viejo estúpido. Sabíamos que algún día le robarían su caballo. Hubiera sido mejor que lo vendieras. ¡Qué desgracia!

-No vayan tan lejos -dijo el viejo-. Simplemente digan que el caballo no estaba en el establo. Este es el hecho, todo lo demás es juicio de ustedes. Si es una desgracia o una suerte, yo no lo sé, porque esto apenas es un fragmento. ¿Quién sabe lo que va a suceder mañana?

La gente se rió del viejo. Ellos siempre habían sabido que estaba un poco loco. Pero después de quince días, una noche el caballo regresó. No había sido robado, se había escapado. Y no sólo eso, sino que trajo consigo una docena de caballos salvajes.

De nuevo se reunió la gente diciendo:

-Tenías razón, viejo. No fue una desgracia sino una verdadera suerte.

-De nuevo están yendo demasiado lejos -dijo el viejo-. Digan sólo que el caballo ha vuelto... ¿quién sabe si es una suerte o no? Es sólo un fragmento. Están leyendo apenas una palabra en una oración. ¿Cómo pueden juzgar el libro entero?

Esta vez la gente no pudo decir mucho más, pero por dentro sabían que estaba equivocado. Habían llegado doce caballos hermosos...

El viejo tenía un hijo que comenzó a entrenar a los caballos. Una semana más tarde se cayó de un caballo y se rompió las dos piernas. La gente volvió a reunirse y a juzgar:

-De nuevo tuviste razón -dijeron-. Era una desgracia. Tu único hijo ha perdido el uso de sus piernas y a tu edad él era tu único sostén. Ahora estás más pobre que nunca.

-Están obsesionados con juzgar -dijo el viejo-. No vayan tan lejos, sólo digan que mi hijo se ha roto las dos piernas. Nadie sabe si es una desgracia o una fortuna. La vida viene en fragmentos y nunca se nos da más que esto.

Sucedió que pocas semanas después el país entró en guerra y todos los jóvenes del pueblo eran llevados por la fuerza al ejército. Sólo se salvó el hijo del viejo porque estaba lisiado. El pueblo entero lloraba y se quejaba porque era una guerra perdida de antemano y sabían que la mayoría de los jóvenes no volverían.

-Tenías razón, viejo, era una fortuna. Aunque tullido, tu hijo aún está contigo. Los nuestros se han ido para siempre.

-Siguen juzgando -dijo el viejo-. Nadie sabe. Sólo digan que sus hijos han sido obligados a unirse al ejército y que mi hijo no ha sido obligado. Sólo Dios sabe si es una desgracia o una suerte que así suceda.

            La versión que hemos citado viene acompañada de una conclusión, probablemente pronunciada por algún maestro de vida. 

No juzgues o jamás serás uno con el todo. Te quedarás obsesionado con fragmentos, sacarás conclusiones de pequeñas cosas. Una vez que juzgas, has dejado de crecer.


Elementos de la Justicia.

            La Justicia se representa con una mujer que tiene una venda en los ojos, afirmando aquello que se dice: “La Justicia es ciega”.  Esto significa que actúa de manera equitativa y siempre tratando por igual a todos los ciudadanos con independencia de su raza, sexo, condición sexual u origen. Todos somos iguales ante ella.
Justicia
Maarten van Heemskerck
(Holandés, 1498-1574)

            Sostiene dos atributos: una espada y una balanza.  Según el filósofo Aristóteles (griego, 384 a.C – 322 a.C.) la espada hace referencia a su potencia distributiva.  Se dice que la Justicia da a cada uno lo suyo.  Luego dice que la balanza muestra su misión equilibradora.  A veces percibimos que lo que sucede es desparejo, como desordenado, y entendemos que la Justicia viene a equilibrar el desajuste entre las personas y en el universo.

            Según otros pensadores, también puede significar que para aquellos que usen mal sus poderes, está el rigor de la espada y la condenación.  Para los que la respeten, entonces está la balanza que mantiene el equilibrio riguroso, es decir, la organización del caos en el mundo y en nosotros.

            El hombre justo es aquel que asume la misión equilibradora de la Justicia, el que busca la armonía y la consonancia, como el anciano pobre del cuento.


La acción del justo.

            Según se desprende de las estatuas de la Justicia, su tarea abarca el universo.  Si bien tiene relación con la ley y los tribunales, este es apenas un mínimo aspecto de su horizonte. 

Seres errantes.
Orlando Arias Morales
(Boliviano, n. en 1954)
            La realidad del cosmos y de la vida de los hombres en él está formada por opuestos en relación.  Pensemos en nuestra vida cotidiana, en la que la noche sucede al día, en un ir y venir constante.  A su vez están los contrastes entre el varón y la mujer.  También está el transcurrir de las estaciones anuales que pasan del calor al frío y vuelta al calor incesantemente.  Los sentidos se mueven sobre oposiciones, como el gusto entre lo dulce y lo amargo, o el tacto entre lo suave y lo áspero, para señalar mínimos ejemplos en una inmensidad de contrarios.

            El cosmos se presenta también con opuestos.  Podemos indicar la luz y la oscuridad.  Sin esta última no podríamos ver las estrellas, como sucede cuando el sol alumbra con su potencia.  Otro contraste es el de la distancia, cerca o lejos.  El movimiento de los astros está en relación con la distancia entre ellos.

            Cuando el anciano del cuento pone mesura en el juicio, está dando el lugar que le corresponde a cada cosa.  Es como la balanza, equilibra los platillos.  Está más allá de los contrarios y las oposiciones.  Y de esta manera supera la necesidad de estar juzgando parcialmente, o dando su sentencia sobre fragmentos. Así es un hombre justo.

            Una oposición conocida en cualquier experiencia humana es el contraste entre lo de arriba y lo de abajo.  En lo alto está todo lo celestial, lo que corresponde a la trascendencia.  Lo de abajo es lo que corresponde a lo terrenal, a la vida del hombre en sus circunstancias.  El hombre justo es el que une lo alto y lo bajo.  En la Biblia se lo compara con una columna, que sostiene al mundo (Libro de los Proverbios, capítulo 10, versículo 26).

            El dueño del caballo blanco es un ejemplo del hombre justo.  Es un ser humano que, superando la provocación de juzgar cada fragmento, alcanza una actitud de equilibrio y de bienaventuranza mediante una mirada más amplia de la vida. Nos muestra que no juzgando se alcanza un estado de armonía y felicidad.


El baño del caballo.
Joaquín Sorolla (Español, 1863-1923)